
Comienza el año.
La estación sin trenes muestra una imagen extraña.
Como si de un espejismo se tratase, a lo lejos una luz, con tan sólo el murmullo de gente alrededor.
No hay trenes, pero los carteles anuncian un nuevo recorrido.
Recorrido con paradas, paradas sin nombre y sin kilometros.
El Nombre, el que tú le quieras poner.
Con mi billete en la mano, un amable señor me pregunta:
— Buenos días,
¿Hacia dónde se dirige señorita?.
Y yo, mirándole a los ojos, y con mi mejor sonrisa le indico.
— A la luz.
— ¿La luz?. Me repite.
— Si Señor, mi primera parada en este tren será: la luz.
— Nunca me habían hablado de ese pueblo, ¿hacia que dirección está?.
— La dirección no la sé, sólo me han dicho que está hacía dentro.
— Hacia el centro querrá decir.
Sonrío , y le contesto:
— Está dentro de mi, y efectivamente, para llegar a ese destino debo encontrar mi centro.
Por eso, me subo a este tren hoy.
El hombre con lágrimas en los ojos, me mira y me dice gracias.
Gracias, por que con el poquito de luz de una única persona, se puede iluminar la oscuridad de otra.
Y hoy usted, señorita, me ha demostrado que se puede. Se puede ver en la oscuridad.
Y sin darme cuenta, abrazaba a este hombre, que sin saberlo me había dado el empujón para subirme al tren que con un pitido hacia su anuncio en la estación.
Y tú, ¿cuál será tu primera parada?.